Martes 17 de septiembre de 2024 Lugar desconocido.

Mila avanzaba despacio por un corredor de roca viva con muros que se alzaban a ambos del camino. Las raíces se dibujaban en la piedra recordando a la chica con demasiada frescura un episodio de su vida que hacía tiempo intentaba olvidar. Se extendían por toda la superficie, como una red de nervaduras de aspecto viscoso, casi palpitante, como venas que bombeaban sangre a través de la pared. Parecían estar expectantes, esperando el momento de agarrarla por sorpresa y devorarla. El cielo que podía ver sobre su cabeza era rojizo, veteado por algunas nubes negras. Un aire cálido azotaba su rostro, secando sus ojos y labios, impregnando todo de un desasosiego sofocante. Agobio. Ansiedad.
Siguió caminando, ensimismada por el extraño fulgor rojizo que hacía que todo tuviera ese tono lúgubre y tétrico que tanto pavor despertaba en la chica. Avanzó largo rato casi sin darse cuenta, siempre con la mirada paseando entre el cielo y el muro. Aquel camino parecía no acabar nunca.
Pero después de perder la noción del tiempo, se detuvo en seco. Allí al frente, a lo lejos, un muro de piedra idéntico le cortaba el paso. En lo alto del acantilado la silueta de un árbol gigantesco se recortada oscura delante del cielo rojizo. El viento mecía sus ramas, haciéndolas oscilar de un lado a otro en una grotesca pantomima de vida. Reanudó la marcha, pero esta vez olvidó todo lo que había a su alrededor. Sólo tenía ojos para la enorme silueta del gran árbol frente a ella.
Entonces, algo pareció moverse al lado del tronco. Mila se detuvo. Una persona caminaba rodeando el tronco. Ataviada con una túnica y una capucha que cubría su cabeza, era imposible reconocer sus facciones. Se quedó observando hacia abajo. Hacia Mila.
El sonido de unas voces comenzó a llegar suavemente a los oídos de la chica, pero no había nadie junto ella. Poco a poco, comenzaron a aumentar en intensidad, un leve cántico al que se unían otras. Era un idioma desconocido para ella, sin embargo, le resultaba familiar.
Pero la atención de Mila estaba en la figura encapuchada. Seguía allí, junto al árbol y sin moverse. Los cánticos se repetían una y otra vez, reproduciendo exactamente las mismas palabras. Una y otra vez. Una y otra vez.
–¿Qué quieres de mí? –aulló con todas sus fuerzas a quien quisiera que tenía delante, allá en lo alto del acantilado–. ¡Estoy harta de esta mierda!
Como respuesta a los gritos, las gigantescas raíces comenzaron a desprenderse de la tierra, como si el propio árbol quisiera levantarse del suelo. Mila quedó paralizada. Allí estaba otra vez. Todo el terror que había estado acumulando en su interior en aquel oscuro y tenebroso lugar se desbocó por cada uno de los poros de su piel provocando un alarido de pavor que destrozó su garganta. Estaba vivo. Y sabía que iba a por ella. Se movía como una repugnante criatura cubierta de tentáculos que le resultaba demasiado familiar. Las ramas comenzaron a girar en el aire, rodeando en círculos a la figura encapuchada mientras las raíces comenzaban a descender por el muro de piedra.
A su vez, las nervaduras que cubrían las paredes se desprendieron lentamente y oscilaron en el aire junto a ella. Pero Mila era incapaz de prestar atención a nada que no fuera el enorme árbol, criatura, cosa, y la figura encapuchada que permanecía sobre el acantilado sin inmutarse.
Mila sintió entonces como una raíz de la pared cercana la sujetaba por la pierna, pero el terror le impedía tan siquiera luchar por liberarse. Una segunda raíz se enrolló alrededor de la otra pierna mientras la criatura se abría paso a una velocidad aterradora hacia ella.
Sintió como le comenzaba a faltar el aire por la presión, pero una sensación extraña hacía que no pudiera quitarle ojo a la figura encapuchada que seguía observando cómo, cada vez más, el monstruoso árbol se acercaba hacia Mila.
Entonces las ramas se elevaron justo delante de ella. Por fin pudo apartar la mirada de lo alto del acantilado y ver cómo la mole se cernía sobre ella, atrapándola con sus tentáculos, rodeando su cuerpo por completo y levantándola varios metros del suelo. Mila gritó. Gritó hasta quedarse afónica.

Martes 17 de septiembre de 2024 Málaga, España

Levantó bruscamente la cabeza, haciendo crujir el asiento bajo su peso. Un montón de folios llenos de apuntes cayeron al suelo, mezclándose con la ropa tirada y dejando la habitación con un aspecto más desaliñado aún, si es que eso era posible. El sonido de su jadeante respiración envolvió el silencio de la noche, solamente interrumpida de vez en cuando por el motor de algún vehículo que pasaba por la calle. Con el corazón desbocado y la boca pastosa, trató por todos los medios de tranquilizarse. Tardó unos minutos en conseguirlo.
–Serénate, idiota –dijo en voz alta–. Sólo ha sido un sueño, nada más.
Pero había tenido demasiadas malas experiencias como para creer que simplemente se trataba de eso, un mal sueño. Tanteó con la mirada en busca de algo que pudiera calmarla. Sin embargo, el revoltijo de papeles que se había formado a sus pies hizo que un extraño desasosiego la embargase. No quería darle más importancia, pero tampoco era capaz de concentrarse en sus estudios. Ya tenía bastante con recordarlo todas las noches como para tener que perder la cabeza también durante el día. Era un recuerdo que martilleaba su mente hasta taladrar la realidad, perdiendo la noción de lo que se encontraba en su imaginación y lo que estaba fuera de ella. Era asfixiante. Y agotador.
Se levantó de la silla y salió, dejando atrás el ambiente viciado de su dormitorio para adentrarse en otro más profundo y penetrante, con la curiosa mezcla de olor a humedad y perfume. ¿Cuánto tiempo llevo sin limpiarlo? Abrió el grifo del lavabo mientras intentaba concentrarse en ese pensamiento y dejó el agua correr unos segundos. Luego sumergió las manos y se refrescó el rostro, empapándose parte del pelo enmarañado y sintiendo el aguijonazo del frío sobre su piel. Levantó la cabeza y observó su reflejo en el espejo, uno viejo, oxidado, resquebrajado. Sus ojos le devolvieron una mirada fría, calculadora, desprovista de toda pasión. ¿Soy yo? Se preguntó, concentrando su atención en la visible cicatriz que le cruzaba la nariz de lado a lado. Pasó un dedo por aquella nueva grieta que se había producido en su superficie. ¿La he hecho yo? Luego pasó el mismo dedo por cada uno de los rasguños que había en el cristal. No recordaba haber hecho ninguno de ellos. Apretó el puño, conteniendo un irracional impulso de golpear a aquella que la desafiaba desde el otro lado. Y permaneció allí, en su lucha contra su propia imagen hasta que un escalofrío recorrió su espalda. Había perdido otra vez. Cerró los ojos, intimidada e inquieta, y salió del baño.
Volvió a su dormitorio y observó el desorden general que imperaba en la habitación. Estaba todo hecho un desastre, pero como de costumbre, no le importó en absoluto. Suspiró y se secó el rostro con el dorso de la mano con la torpeza que el cansancio de las largas noches sin dormir le brindaban, se restregó los ojos con los puños y se palmeó las mejillas para espabilarse.
A estudiar, estúpida incompetente, se dijo de nuevo. Se dirigió hacia el escritorio y se agachó para recoger lo que había tirado. En el silencio de la noche, luchó para mantener a raya todos aquellos sentimientos y recuerdos que ahora luchaban por salir a flote, intentando recordar qué estaba leyendo justo antes de quedarse dormida. Clavó la mirada sobre un texto subrayado y con anotaciones en los márgenes, y descubrió con sombría resignación que no recordaba haber leído nada de lo que allí había escrito. Ni siquiera haber apuntado todas esas aclaraciones al pie de página. Había perdido el tiempo y ya era noche cerrada. Apenas quedaban unas horas para el examen. No podía permitirse el lujo de suspender otra vez.